
Catalunya, España y el resto de Europa aún reciben a diario una pequeña dosis radiactiva procedente de la central de Chernóbil, en Ucrania. El núcleo del reactor de esa instalación explotó en 1986 lanzando al ambiente una masa de radioelementos que siguen dando vueltas a la Tierra, contaminando todo lo que tocan. «Son dosis muy débiles, pero persistentes, que se mezclan con la tierra y de ahí pasan a cosechas, aguas y personas», explica Elisabeth Cardis, epidemióloga, que durante 20 años ha dirigido el Grupo de Radiación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con sede en Lyón (Francia). Cardis, que ahora ejerce en el Centre de Recerca en Epidemiologia Ambiental, de la Generalitat, insiste en diferenciar la deficiente estructura nuclear de Chernóbil, cuyo accidente ha investigado intensamente, de las medidas de seguridad -«muy superiores»- de las centrales atómicas japonesas.
En cualquier caso, dice la científica, las consecuencias que suceden a una fuga de elementos radiactivos, ya sea por una explosión accidental o por un acto intencionado, permanecen en la tierra durante un tiempo difícil de calcular, que algunas voces sitúan en «cientos de años».
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